- Óscar Bartolomé PoyFundador del ParnasoGenerador de debatePremio a la participación activa en el foroInsignia de oroDistinción al poeta que obtiene el reconocimiento de los demás compañerosPopularidadGalardón al poeta cuyos temas gustan a la comunidadMirmidónVeterano del foro
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Todas las chicas guapas saben cantar (Crisi XII)
Jue Jun 18, 2015 10:03 am
<< Cosmoagonía:
Al principio el mar no tenía nombre. El mar era una secuencia azul, una píldora dorada, una gragea; y una ballena accidentalmente se la tragó. De su esqueleto nacieron los continentes. Pangea. El hombre conquistó el tiempo con el nombre, y luego lo sometió a la tiranía del reloj. Hasta ese momento sólo existía el sentimiento de especie, un gregarismo de hormigas rojas que acorralan a un alacrán; una sociedad feudal. Así nació el individuo, opuesto a la naturaleza; y el holismo; y todos los dioses, que llevaban dormidos desde la noche de los tiempos. Y también naciste tú, emergiendo victoriosa de la espuma de Cronos. Yo nací para cantarte. Siempre fui un trovador de vientres y mareas. (Mi poesía es una secuela de tu eterna tristeza, tal vez la más deletérea.)
Descorro los cerrojos de la noche. (Y la noche tiene más ojos que Argos.) Un rayo de luna descalza la profecía de tus hombros. Caminas hacia mí desnuda como una fuente de plata, envuelta en los ropajes de Venus. Se aproxima el momento –y sé que cuando llegue este momento, todos los momentos se parecerán a éste–. Se alista la sangre en las sienes. Flota el silencio entre los labios como una cortina de lluvia, preñando la atmósfera con la promesa incipiente de un beso. (El silencio fértil de los besos.) Las miradas se entrecruzan; se estrechan los cuerpos en el istmo del beso. El rocío se ruboriza con un discreto carmesí. Temblor de pestañas. Bocas acezantes. Jadeos. Parpadean las rodillas. Puntean las cuerdas de la espalda como un tierno laúd. Titilan las falúas en la albufera. Colibrí son las lenguas. Humedad entre las piernas. Matinal aleteo. Halcón de cetrería. Escuece el deseo. Las pupilas se dilatan; los corazones ondean como un mar de algas. Los párpados se deleitan en la oscuridad malva. Me orillo a la gema de tus muslos; te arrodillas a la luz de mi fanal. Los sexos se delatan, fehacientes, ambarinos. Arrullo la partitura de tus labios con mis dedos de tritón. Nos acostamos. Nos besamos. (El beso abre todas las puertas.) Buscas mi mano. Toco, acaricio, huelo. Me gesto en la hondura de tu carne. Ato tu alma a la mía. Doblego el centro de tu gravedad. Florecen las prímulas y las gardenias. Siempre huele a acacia después del orgasmo. Un ángel desciende a la tierra.
El amor es un interludio musical, un impromptu, un breve encuentro, como en aquella película de David Lean. El concierto para piano nº 2 de Rachmaninov, la “cavalleria rusticana” de Mascagni. El amor es una mesa coja, una seta alucinógena, un vagón entre dos trenes, el palo más corto. A veces también es la silente lágrima del ofidio o el prodigio enmarcado de tus cejas. Mayo marcea, y la noche estía. Me despido del frío como un esquimal sin nieve, como un parque infantil sin niños. Pertenecemos a la raza del azar.
Al principio el mar no tenía nombre. El mar era una secuencia azul, una píldora dorada, una gragea; y una ballena accidentalmente se la tragó. De su esqueleto nacieron los continentes. Pangea. El hombre conquistó el tiempo con el nombre, y luego lo sometió a la tiranía del reloj. Hasta ese momento sólo existía el sentimiento de especie, un gregarismo de hormigas rojas que acorralan a un alacrán; una sociedad feudal. Así nació el individuo, opuesto a la naturaleza; y el holismo; y todos los dioses, que llevaban dormidos desde la noche de los tiempos. Y también naciste tú, emergiendo victoriosa de la espuma de Cronos. Yo nací para cantarte. Siempre fui un trovador de vientres y mareas. (Mi poesía es una secuela de tu eterna tristeza, tal vez la más deletérea.)
Descorro los cerrojos de la noche. (Y la noche tiene más ojos que Argos.) Un rayo de luna descalza la profecía de tus hombros. Caminas hacia mí desnuda como una fuente de plata, envuelta en los ropajes de Venus. Se aproxima el momento –y sé que cuando llegue este momento, todos los momentos se parecerán a éste–. Se alista la sangre en las sienes. Flota el silencio entre los labios como una cortina de lluvia, preñando la atmósfera con la promesa incipiente de un beso. (El silencio fértil de los besos.) Las miradas se entrecruzan; se estrechan los cuerpos en el istmo del beso. El rocío se ruboriza con un discreto carmesí. Temblor de pestañas. Bocas acezantes. Jadeos. Parpadean las rodillas. Puntean las cuerdas de la espalda como un tierno laúd. Titilan las falúas en la albufera. Colibrí son las lenguas. Humedad entre las piernas. Matinal aleteo. Halcón de cetrería. Escuece el deseo. Las pupilas se dilatan; los corazones ondean como un mar de algas. Los párpados se deleitan en la oscuridad malva. Me orillo a la gema de tus muslos; te arrodillas a la luz de mi fanal. Los sexos se delatan, fehacientes, ambarinos. Arrullo la partitura de tus labios con mis dedos de tritón. Nos acostamos. Nos besamos. (El beso abre todas las puertas.) Buscas mi mano. Toco, acaricio, huelo. Me gesto en la hondura de tu carne. Ato tu alma a la mía. Doblego el centro de tu gravedad. Florecen las prímulas y las gardenias. Siempre huele a acacia después del orgasmo. Un ángel desciende a la tierra.
El amor es un interludio musical, un impromptu, un breve encuentro, como en aquella película de David Lean. El concierto para piano nº 2 de Rachmaninov, la “cavalleria rusticana” de Mascagni. El amor es una mesa coja, una seta alucinógena, un vagón entre dos trenes, el palo más corto. A veces también es la silente lágrima del ofidio o el prodigio enmarcado de tus cejas. Mayo marcea, y la noche estía. Me despido del frío como un esquimal sin nieve, como un parque infantil sin niños. Pertenecemos a la raza del azar.
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Re: Todas las chicas guapas saben cantar (Crisi XII)
Lun Jun 22, 2015 12:29 am
[quote="Óscar Bartolomé Poy"]
Ya sé que no he comentado, quisiera tener algo más de tiempo, en estos momentos voy fatal, me parece un tesoro escaso,,,voy por esta entrega, me gusta leerla con el café de después de la comida, pero, no todos los días puedo. Sigo extasiada, leyendo lo que subes, es de una desnudez tal, que una se siente voyeur, pero, realmente seduce el discurso, ya no de éste si no de todas las entregas. En cuanto a ésta, tengo escrito algo parecido...y es curioso, las referencias son idénticas, lo tengo florido de prímulas y gardenias y con el mismo concierto para piano de Rachmaninov.
Te sigo, abrazos.
_María
<< Cosmoagonía:
Al principio el mar no tenía nombre. El mar era una secuencia azul, una píldora dorada, una gragea; y una ballena accidentalmente se la tragó. De su esqueleto nacieron los continentes. Pangea. El hombre conquistó el tiempo con el nombre, y luego lo sometió a la tiranía del reloj. Hasta ese momento sólo existía el sentimiento de especie, un gregarismo de hormigas rojas que acorralan a un alacrán; una sociedad feudal. Así nació el individuo, opuesto a la naturaleza; y el holismo; y todos los dioses, que llevaban dormidos desde la noche de los tiempos. Y también naciste tú, emergiendo victoriosa de la espuma de Cronos. Yo nací para cantarte. Siempre fui un trovador de vientres y mareas. (Mi poesía es una secuela de tu eterna tristeza, tal vez la más deletérea.)
Descorro los cerrojos de la noche. (Y la noche tiene más ojos que Argos.) Un rayo de luna descalza la profecía de tus hombros. Caminas hacia mí desnuda como una fuente de plata, envuelta en los ropajes de Venus. Se aproxima el momento –y sé que cuando llegue este momento, todos los momentos se parecerán a éste–. Se alista la sangre en las sienes. Flota el silencio entre los labios como una cortina de lluvia, preñando la atmósfera con la promesa incipiente de un beso. (El silencio fértil de los besos.) Las miradas se entrecruzan; se estrechan los cuerpos en el istmo del beso. El rocío se ruboriza con un discreto carmesí. Temblor de pestañas. Bocas acezantes. Jadeos. Parpadean las rodillas. Puntean las cuerdas de la espalda como un tierno laúd. Titilan las falúas en la albufera. Colibrí son las lenguas. Humedad entre las piernas. Matinal aleteo. Halcón de cetrería. Escuece el deseo. Las pupilas se dilatan; los corazones ondean como un mar de algas. Los párpados se deleitan en la oscuridad malva. Me orillo a la gema de tus muslos; te arrodillas a la luz de mi fanal. Los sexos se delatan, fehacientes, ambarinos. Arrullo la partitura de tus labios con mis dedos de tritón. Nos acostamos. Nos besamos. (El beso abre todas las puertas.) Buscas mi mano. Toco, acaricio, huelo. Me gesto en la hondura de tu carne. Ato tu alma a la mía. Doblego el centro de tu gravedad. Florecen las prímulas y las gardenias. Siempre huele a acacia después del orgasmo. Un ángel desciende a la tierra.
El amor es un interludio musical, un impromptu, un breve encuentro, como en aquella película de David Lean. El concierto para piano nº 2 de Rachmaninov, la “cavalleria rusticana” de Mascagni. El amor es una mesa coja, una seta alucinógena, un vagón entre dos trenes, el palo más corto. A veces también es la silente lágrima del ofidio o el prodigio enmarcado de tus cejas. Mayo marcea, y la noche estía. Me despido del frío como un esquimal sin nieve, como un parque infantil sin niños. Pertenecemos a la raza del azar.
Al principio el mar no tenía nombre. El mar era una secuencia azul, una píldora dorada, una gragea; y una ballena accidentalmente se la tragó. De su esqueleto nacieron los continentes. Pangea. El hombre conquistó el tiempo con el nombre, y luego lo sometió a la tiranía del reloj. Hasta ese momento sólo existía el sentimiento de especie, un gregarismo de hormigas rojas que acorralan a un alacrán; una sociedad feudal. Así nació el individuo, opuesto a la naturaleza; y el holismo; y todos los dioses, que llevaban dormidos desde la noche de los tiempos. Y también naciste tú, emergiendo victoriosa de la espuma de Cronos. Yo nací para cantarte. Siempre fui un trovador de vientres y mareas. (Mi poesía es una secuela de tu eterna tristeza, tal vez la más deletérea.)
Descorro los cerrojos de la noche. (Y la noche tiene más ojos que Argos.) Un rayo de luna descalza la profecía de tus hombros. Caminas hacia mí desnuda como una fuente de plata, envuelta en los ropajes de Venus. Se aproxima el momento –y sé que cuando llegue este momento, todos los momentos se parecerán a éste–. Se alista la sangre en las sienes. Flota el silencio entre los labios como una cortina de lluvia, preñando la atmósfera con la promesa incipiente de un beso. (El silencio fértil de los besos.) Las miradas se entrecruzan; se estrechan los cuerpos en el istmo del beso. El rocío se ruboriza con un discreto carmesí. Temblor de pestañas. Bocas acezantes. Jadeos. Parpadean las rodillas. Puntean las cuerdas de la espalda como un tierno laúd. Titilan las falúas en la albufera. Colibrí son las lenguas. Humedad entre las piernas. Matinal aleteo. Halcón de cetrería. Escuece el deseo. Las pupilas se dilatan; los corazones ondean como un mar de algas. Los párpados se deleitan en la oscuridad malva. Me orillo a la gema de tus muslos; te arrodillas a la luz de mi fanal. Los sexos se delatan, fehacientes, ambarinos. Arrullo la partitura de tus labios con mis dedos de tritón. Nos acostamos. Nos besamos. (El beso abre todas las puertas.) Buscas mi mano. Toco, acaricio, huelo. Me gesto en la hondura de tu carne. Ato tu alma a la mía. Doblego el centro de tu gravedad. Florecen las prímulas y las gardenias. Siempre huele a acacia después del orgasmo. Un ángel desciende a la tierra.
El amor es un interludio musical, un impromptu, un breve encuentro, como en aquella película de David Lean. El concierto para piano nº 2 de Rachmaninov, la “cavalleria rusticana” de Mascagni. El amor es una mesa coja, una seta alucinógena, un vagón entre dos trenes, el palo más corto. A veces también es la silente lágrima del ofidio o el prodigio enmarcado de tus cejas. Mayo marcea, y la noche estía. Me despido del frío como un esquimal sin nieve, como un parque infantil sin niños. Pertenecemos a la raza del azar.
Ya sé que no he comentado, quisiera tener algo más de tiempo, en estos momentos voy fatal, me parece un tesoro escaso,,,voy por esta entrega, me gusta leerla con el café de después de la comida, pero, no todos los días puedo. Sigo extasiada, leyendo lo que subes, es de una desnudez tal, que una se siente voyeur, pero, realmente seduce el discurso, ya no de éste si no de todas las entregas. En cuanto a ésta, tengo escrito algo parecido...y es curioso, las referencias son idénticas, lo tengo florido de prímulas y gardenias y con el mismo concierto para piano de Rachmaninov.
Te sigo, abrazos.
_María
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Gastón Bachelar.
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