- Óscar Bartolomé PoyFundador del ParnasoGenerador de debatePremio a la participación activa en el foroInsignia de oroDistinción al poeta que obtiene el reconocimiento de los demás compañerosPopularidadGalardón al poeta cuyos temas gustan a la comunidadMirmidónVeterano del foro
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Violencia de sentimientos
Sáb Dic 28, 2019 7:57 pm
Otro tal vez hubiera prorrumpido en llanto, pero él encajó el golpe sin inmutarse. Apenas una mueca esbozada en su adusto visaje. Bajo el ceño fruncido y las cejas hirsutas, ni sombra de congoja o aflicción. Tenía el rostro pálido y cerúleo, como el de un cadáver, y los labios inexpresivos, pero sin sombra de tribulación. Le acababan de comunicar el fallecimiento de su padre. Miró al suelo y le tendió la mano. Fofa y blanda y un tanto sudorosa. Un apretón escurridizo, de anguila o molusco gasterópodo. Gracias, musitó. Tenue murmullo de ultratumba. Y aquel faraute de desgracias se marchó dejando tras de sí un fúnebre silencio, y en su pecho, un negro crespón.
Luego, como todas las tardes, salió a dar su paseo vespertino. El celaje corrugado de nubes transpiraba como un animal famélico y herido. Errático y vagaroso, como planeta fuera de órbita, no se topó con nadie en todo aquel camino empedrado de oscuros azares. No quería ver ni hablar con nadie. Todas las caras le eran extrañas, incluso la suya. La suya la que más. ¿Qué pasaba por su cabeza? Sólo él lo sabía. Un ciclo acababa de cerrarse. Para siempre. Nada. Siempre. Qué difícil se hace pensar en términos absolutos. Le abrumaba la vacuidad del reloj, su engranaje perfecto y su maquinaria implacable que todo lo mide, hasta lo más nimio; esa mortificante volatilidad del minutero. Todos los relojes se habían detenido en esta hora fatal y rezumaban sangre como un canope relleno de vísceras, esperando el inminente embalsamamiento. El silencio era un lecho de algas y asfixiaba como una mortaja. Lo más importante es aquello no se puede medir ni tasar: el amor, la felicidad, el deseo... En cada instante resplandece el brillo de un acontecimiento, su trémula anatomía de anhelos urdidos. Qué fugaz la ascensión del águila en el monte glabro y cómo se explaya su sombra sobre la arena tamizada de huellas. Con qué majestuosidad extiende sus alas y hace del cielo un blasón. Pensaba en la vida, en su vida, como en una cadena de errores que de vez en cuando, sólo de vez en cuando, te conduce a un accidente feliz. Pero el deceso de su progenitor no había sido un accidente, ni tampoco era feliz, ¿o sí? Somos galeotes atados a un remo y nunca paramos de remar, sin importarnos que el cómitre nos lacere la espalda con su rebenque, hasta que un día caemos desplomados y morimos y otro desgraciado ocupa nuestro lugar. De pronto empezó a notar cómo la sangre le bullía y se le sublevaba en las venas, amenazando con romper alguna arteria. Su padre se había convertido en un recuerdo, y todo recuerdo es lejano por definición. Lejano y vago. Cuando una persona muere y deviene recuerdo es arrancada del tiempo, de su diacronía. El pasado es una ínsula brumosa subsumida por un mar de nombres y sucesos ya olvidados; mas, en ocasiones, un rayo espejea en el horizonte con la violencia del cinabrio y en ese instante sabes con claridad meridiana que lloverá. Estaba inmerso en ese trance terrible que en algún momento de nuestras vidas todos tenemos que afrontar, y lo afrontamos solos; como cuando nacemos, como cuando morimos. En los momentos más importantes de la vida siempre estamos solos. ¿De verdad que era huérfano? Aún no acababa de creérselo. Siempre había pensado en la orfandad como en esos niños expósitos y desamparados de un hospicio que esperan una familia de acogida. Sólo ahora empezaba a darse cuenta del vacío –inmenso vacío, inconmensurable vacío– y de la soledad que queda cuando la vida abandona el cuerpo tantas veces abrazado y se libera de esa carne que un día nos dio forma y nos condenó, con su regalo deletéreo, a la mortalidad. Forma y vida. Fuego efímero y a la vez perpetuo. Carne pútrida. Polvo que arrastra el tiempo. Hasta el miembro más vigoroso perece en la gangrena de la soledad y es amputado sin miramientos. El desmembramiento del tiempo era un hecho cierto, consumado. Tendría que aplazar la taxidermia de las horas perdidas para otro momento. No habían tenido ocasión de despedirse. Total, ¿para qué? Su relación paternofilial había sido desde que le alcanzaba la memoria una continua despedida. Ahora él era el único portador de su apellido. Sentía como nunca el deber de transmitir su herencia genética, de reproducirse, de añadir una rama más a su árbol genealógico. Se sentía aplastado como un guisante de Mendel por el oneroso peso de la responsabilidad. Se acabó, pues, el llevar aquella vida casquivana y disoluta con ramalazos de cenobita. Cuando una vida muere, otra nace. Es ley de vida. Y la vida es como el amor. El amor viene como un suspiro y como un suspiro se va. Algo tenía que hacer para equilibrar esa balanza desnivelada por el ineluctable soplo de la muerte.
Cuando llegó a casa después de deambular por las angostas calles de la ciudad levítica, se dejó caer en el sofá como un peso muerto y sollozó amargamente apretando su cara contra el cojín.
Luego, como todas las tardes, salió a dar su paseo vespertino. El celaje corrugado de nubes transpiraba como un animal famélico y herido. Errático y vagaroso, como planeta fuera de órbita, no se topó con nadie en todo aquel camino empedrado de oscuros azares. No quería ver ni hablar con nadie. Todas las caras le eran extrañas, incluso la suya. La suya la que más. ¿Qué pasaba por su cabeza? Sólo él lo sabía. Un ciclo acababa de cerrarse. Para siempre. Nada. Siempre. Qué difícil se hace pensar en términos absolutos. Le abrumaba la vacuidad del reloj, su engranaje perfecto y su maquinaria implacable que todo lo mide, hasta lo más nimio; esa mortificante volatilidad del minutero. Todos los relojes se habían detenido en esta hora fatal y rezumaban sangre como un canope relleno de vísceras, esperando el inminente embalsamamiento. El silencio era un lecho de algas y asfixiaba como una mortaja. Lo más importante es aquello no se puede medir ni tasar: el amor, la felicidad, el deseo... En cada instante resplandece el brillo de un acontecimiento, su trémula anatomía de anhelos urdidos. Qué fugaz la ascensión del águila en el monte glabro y cómo se explaya su sombra sobre la arena tamizada de huellas. Con qué majestuosidad extiende sus alas y hace del cielo un blasón. Pensaba en la vida, en su vida, como en una cadena de errores que de vez en cuando, sólo de vez en cuando, te conduce a un accidente feliz. Pero el deceso de su progenitor no había sido un accidente, ni tampoco era feliz, ¿o sí? Somos galeotes atados a un remo y nunca paramos de remar, sin importarnos que el cómitre nos lacere la espalda con su rebenque, hasta que un día caemos desplomados y morimos y otro desgraciado ocupa nuestro lugar. De pronto empezó a notar cómo la sangre le bullía y se le sublevaba en las venas, amenazando con romper alguna arteria. Su padre se había convertido en un recuerdo, y todo recuerdo es lejano por definición. Lejano y vago. Cuando una persona muere y deviene recuerdo es arrancada del tiempo, de su diacronía. El pasado es una ínsula brumosa subsumida por un mar de nombres y sucesos ya olvidados; mas, en ocasiones, un rayo espejea en el horizonte con la violencia del cinabrio y en ese instante sabes con claridad meridiana que lloverá. Estaba inmerso en ese trance terrible que en algún momento de nuestras vidas todos tenemos que afrontar, y lo afrontamos solos; como cuando nacemos, como cuando morimos. En los momentos más importantes de la vida siempre estamos solos. ¿De verdad que era huérfano? Aún no acababa de creérselo. Siempre había pensado en la orfandad como en esos niños expósitos y desamparados de un hospicio que esperan una familia de acogida. Sólo ahora empezaba a darse cuenta del vacío –inmenso vacío, inconmensurable vacío– y de la soledad que queda cuando la vida abandona el cuerpo tantas veces abrazado y se libera de esa carne que un día nos dio forma y nos condenó, con su regalo deletéreo, a la mortalidad. Forma y vida. Fuego efímero y a la vez perpetuo. Carne pútrida. Polvo que arrastra el tiempo. Hasta el miembro más vigoroso perece en la gangrena de la soledad y es amputado sin miramientos. El desmembramiento del tiempo era un hecho cierto, consumado. Tendría que aplazar la taxidermia de las horas perdidas para otro momento. No habían tenido ocasión de despedirse. Total, ¿para qué? Su relación paternofilial había sido desde que le alcanzaba la memoria una continua despedida. Ahora él era el único portador de su apellido. Sentía como nunca el deber de transmitir su herencia genética, de reproducirse, de añadir una rama más a su árbol genealógico. Se sentía aplastado como un guisante de Mendel por el oneroso peso de la responsabilidad. Se acabó, pues, el llevar aquella vida casquivana y disoluta con ramalazos de cenobita. Cuando una vida muere, otra nace. Es ley de vida. Y la vida es como el amor. El amor viene como un suspiro y como un suspiro se va. Algo tenía que hacer para equilibrar esa balanza desnivelada por el ineluctable soplo de la muerte.
Cuando llegó a casa después de deambular por las angostas calles de la ciudad levítica, se dejó caer en el sofá como un peso muerto y sollozó amargamente apretando su cara contra el cojín.
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- Ingrid A. ZetterbergGenerador de debatePremio a la participación activa en el foroPoema de la SemanaReconocimiento al mejor poema de la semanaMirmidónVeterano del foro
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Re: Violencia de sentimientos
Lun Feb 10, 2020 7:52 am
Muy bueno este relato y muy triste también....que nos enfrenta de golpe con la crudeza de la muerte de un ser querido. Felicito tus letras Óscar y te dejo mi saludo.
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Re: Violencia de sentimientos
Lun Feb 10, 2020 11:27 am
Ingrid A. Zetterberg escribió:Muy bueno este relato y muy triste también....que nos enfrenta de golpe con la crudeza de la muerte de un ser querido. Felicito tus letras Óscar y te dejo mi saludo.
Por suerte en este caso, es todo ficción, aunque el sentimiento que describo es universal y todos hemos de pasar por él en algún momento de nuestras vidas.
Gracias por tus palabras, Ingrid.
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