El jardín de Meri

El jardín de Meri

Las enredaderas se han hecho con la casa, y no parece que haya forma de que la suelten. Brotes de especies nuevas, acompañan a las de ayer; injertos nunca vistos, se hacen con el poder. Una especie extinguida, invade ahora el parterre; causa estragos la menta, en el jardín de Meri.


Bajo un campo de lirios, corre un pequeño rio, sus laderas antes de arces, ahora hablan de olvido. Su desnudez hace temer el mal tiempo; el abate sol, el azote  frío y el maldito viento.

La historia pintará esa ladera y no verá en ella más que un lugar triste y vacío, pues de tal suerte es su destino, que ser estoico, es ser lirio.


Plácidas, de verdes tallos y largas hojas, altas y jugosas, bajo los viejos olmos viven junto a las rosas. Se yerguen de cien en cien para mecerse juntas al viento, reciben sombra en verano y cobijo en invierno. No temen por su sustento. De arriba les viene el sol, de abajo, el manantial eterno y cada atardecer, sorben y sorben agua a placer.

Una vida digna del mismo Trajano, si fuesen días de gloria y conquista.


La larga alfombra frente a la casa ya no luce de verde esmeralda, palidece invadida por la mala fama. Un amarillo perenne vive en sus entrañas. No ha hecho limpio el tiempo, si revive aquello que estaba muerto. Será que la mala hierba nunca muere.

Quizá resurge en busca de una muerte justa y ejemplar y de un ejemplar entierro. Y eso fuera lo mejor pues no trae nada bueno. Salida del mismo infierno, viene a hundir sus sucias garras en pobres sentimientos, dejando a su paso esclavos, donde antes había siervos.

Hay que descalzar la casa si es preciso, hasta los mismísimos cimientos, antes que permitir que se expanda tan pérfido veneno. Evitar que cale en los corazones y los deje yermos.