Prosa poética: Anaranjado paisaje

Duermen anaranjadas tierras lejanas al mar sobre montículos, dunas y lunas que se esconden entre divinos coros y magistrales caballeros de escarlata cabellera. ¡Oh todos, oh todos son infantes de la danza de ritmo de serpiente que temprana gime al maldecir el anochecer! Y al susurro de las damas se estelan sus pupilas para regresar en la siguiente vespertina ocasión.
¡Oh de los caminos estrechos! Los ojos atentos del mármol de antaño recitan la solemnidad de los girasoles, y el grato jazmín refleja sobre mi apático rocío el sonido del náufrago perdido en su lagrimal que en el porvenir siempre ha quedado impregnada la discordia. En pulcros perfumes, que emancipan las tierras en soberana tradición, los recuerdos son sabor con sonido de vespertino y jovial pestañear.
Y al deambular entre la hora que más describen los caminantes, recibí las flechas del astro rey sobre mi humilde faz; y, tras alzar la mirada, aclamé con brazos abiertos y pupilas perdidas entre los plumajes de su vestido anaranjado y  cubierto bajo las manchas de relinches de yeguas tintadas en manantial olivo.
¡Ah de la despedida, compañía infiel que angustia en cualquier regreso! A ésta besé sin llanto, pues no estaba permitido alimentar al sueño eterno de danza y salvaje canto con lágrimas de no volver.
Mas no hay olvido. De las anaranjadas tierras obtengo de recuerdo mis besadas manos en arena sumergidas, el visceral grito en la pasional mirada y la impertinente espera del temprano amanecer que nunca anhelé observar: mis pupilas sólo eran elevado atardecer abrazado en ramo de flores.