- Óscar Bartolomé PoyFundador del ParnasoGenerador de debatePremio a la participación activa en el foroInsignia de oroDistinción al poeta que obtiene el reconocimiento de los demás compañerosPopularidadGalardón al poeta cuyos temas gustan a la comunidadMirmidónVeterano del foro
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Todas las chicas guapas saben cantar (Crisi XVII)
Mar Jun 30, 2015 11:27 am
<< Bugwriter:
Pulso teclas orgánicas. Se oye un zumbido metálico, de antena que vibra y emite ondas cerebrales. Las patas acomodan el papel en su abdomen piloso y ventrudo. La carcasa es un duro caparazón y la barra espaciadora reverbera como un élitro ruidoso. Compulso su aleteo. Mido la aliteración de las ondas. Mis palabras fermentan lentamente, en procesos químicos, como larvas. La letra eclosiona la crisálida, mucilaginosa. El escritor es un fumigador de letras y de esfinges con dos incógnitas.
En la noche hay más letras que estrellas. Encadeno palabras en la cola prensil de un caballito de mar. Hipnotizo serpientes con luces rojas y verdes, como las de las Termópilas. Exfolio letras muertas de viejos códices. Estudio en escarlata el estadio de las termitas y su voracidad de manuscrito carmesí. Estudio la hermenéutica de la oruga de papel y su deixis poética. Aprendo la taxonomía de las nubes y sus cólicos nefríticos. (Soy un entomólogo de hexágonos y abejas.) Permuto el sonido de mis dedos al teclear con la variación de una Gimnopedia. Mato moscas. (Es todo lo que sé de la ‘Ética’ de Spinoza.) Las combinaciones son infinitas: aquí una blanca, aquí una negra, aquí una corchea… Al final siempre vuelvo al silencio, al 4’33” de John Cage. En este sueño narcótico todo es posible, incluso vestirte de niebla o flamenco o ponerte en el pelo un bigudí. La mar es mi única compañera. Quisiera tener la resiliencia del aceite en el agua para poder diluirme en el espacio como un trilobites.
Vivo una vida que no es mía. Escribo para inventarme. Novelo mi biografía. (Como Nabokov y sus arlequines.) Me reinvento en el lenguaje. Me conozco en la palabra. (Nosce te ipsum.) Mi voz resistirá incólume los embates del tiempo. Tu poesía es un préstamo a la eternidad; la mía es una carta náutica, el astrolabio que besa las estrellas al compás de la noche. Mis poemas son ventanas a otros universos, carpas de un circo, trompas de elefantes. Mi único legado a la humanidad serán estos renglones.
Compongo poemas con palabras elegidas al azar de otros poemas. Curvo epigramas de Marcial. Hago un collage de versos. (El difícil equilibro del caos.) Cultivo una dudosa reputación. Leo los subtítulos del subconsciente, las didascalias del Ello, los mensajes censurados por el sentido común. Subvierto el orden lógico, el pensamiento establecido, canónico, el apriorismo, las frases manidas y los socorridos estereotipos. Creo nuevos significados. Acuño neologismos. Pergeño telarañas semánticas y redes de metáforas sin ilación. Me escribo a mí mismo escribiéndome como las manos anfractuosas de Escher. Nadie pronuncia como tú la palabra “besos”, y nadie los da como yo. El amor es la música del azar, y sin embargo, tiene su patrón y su lógica desaliñada.
Cuando escribo sin mí no soy yo. El ego es detestable, pero ¿qué sería de un autor sin ego? Escribo para mí, pero sobre todo escribo para ti, porque desde que tú no estás, estoy imbuido de tus pensamientos, de tus emociones, de tus sentimientos, y es como si tu experiencia hubiera sido transferida a mí mediante quién sabe qué proceso al-químico. Suena a fábula, pero no descartaría la ósmosis en la poesía. El acto de creación me da la vida que tú me arrebataste, y sólo me siento vivo cuando te resucito en mis letras.
Tú, que me enseñaste a cabalgar el silencio con los labios apretados y a domeñar el relámpago de la piel, eres ahora el eco vagaroso de mis dedos cada vez que escribo poesía. Siento que me susurras versos enamorados de la lluvia, que me subsumes en el vórtice de tu numen, y al oír tu voz ausente se me eriza el vello como un manípulo de triarios o una falange de hoplitas. Las palabras fluyen solas, azogadas, libertas y guiadas por un impulso más veloz que mi lengua, e inconscientemente empiezo a pensar que esto se va a convertir en una costumbre, en una agonía, y que te canalizarás a través de mi escritura y mi palabra será tu voz y tu catarsis.
Pulso teclas orgánicas. Se oye un zumbido metálico, de antena que vibra y emite ondas cerebrales. Las patas acomodan el papel en su abdomen piloso y ventrudo. La carcasa es un duro caparazón y la barra espaciadora reverbera como un élitro ruidoso. Compulso su aleteo. Mido la aliteración de las ondas. Mis palabras fermentan lentamente, en procesos químicos, como larvas. La letra eclosiona la crisálida, mucilaginosa. El escritor es un fumigador de letras y de esfinges con dos incógnitas.
En la noche hay más letras que estrellas. Encadeno palabras en la cola prensil de un caballito de mar. Hipnotizo serpientes con luces rojas y verdes, como las de las Termópilas. Exfolio letras muertas de viejos códices. Estudio en escarlata el estadio de las termitas y su voracidad de manuscrito carmesí. Estudio la hermenéutica de la oruga de papel y su deixis poética. Aprendo la taxonomía de las nubes y sus cólicos nefríticos. (Soy un entomólogo de hexágonos y abejas.) Permuto el sonido de mis dedos al teclear con la variación de una Gimnopedia. Mato moscas. (Es todo lo que sé de la ‘Ética’ de Spinoza.) Las combinaciones son infinitas: aquí una blanca, aquí una negra, aquí una corchea… Al final siempre vuelvo al silencio, al 4’33” de John Cage. En este sueño narcótico todo es posible, incluso vestirte de niebla o flamenco o ponerte en el pelo un bigudí. La mar es mi única compañera. Quisiera tener la resiliencia del aceite en el agua para poder diluirme en el espacio como un trilobites.
Vivo una vida que no es mía. Escribo para inventarme. Novelo mi biografía. (Como Nabokov y sus arlequines.) Me reinvento en el lenguaje. Me conozco en la palabra. (Nosce te ipsum.) Mi voz resistirá incólume los embates del tiempo. Tu poesía es un préstamo a la eternidad; la mía es una carta náutica, el astrolabio que besa las estrellas al compás de la noche. Mis poemas son ventanas a otros universos, carpas de un circo, trompas de elefantes. Mi único legado a la humanidad serán estos renglones.
Compongo poemas con palabras elegidas al azar de otros poemas. Curvo epigramas de Marcial. Hago un collage de versos. (El difícil equilibro del caos.) Cultivo una dudosa reputación. Leo los subtítulos del subconsciente, las didascalias del Ello, los mensajes censurados por el sentido común. Subvierto el orden lógico, el pensamiento establecido, canónico, el apriorismo, las frases manidas y los socorridos estereotipos. Creo nuevos significados. Acuño neologismos. Pergeño telarañas semánticas y redes de metáforas sin ilación. Me escribo a mí mismo escribiéndome como las manos anfractuosas de Escher. Nadie pronuncia como tú la palabra “besos”, y nadie los da como yo. El amor es la música del azar, y sin embargo, tiene su patrón y su lógica desaliñada.
Cuando escribo sin mí no soy yo. El ego es detestable, pero ¿qué sería de un autor sin ego? Escribo para mí, pero sobre todo escribo para ti, porque desde que tú no estás, estoy imbuido de tus pensamientos, de tus emociones, de tus sentimientos, y es como si tu experiencia hubiera sido transferida a mí mediante quién sabe qué proceso al-químico. Suena a fábula, pero no descartaría la ósmosis en la poesía. El acto de creación me da la vida que tú me arrebataste, y sólo me siento vivo cuando te resucito en mis letras.
Tú, que me enseñaste a cabalgar el silencio con los labios apretados y a domeñar el relámpago de la piel, eres ahora el eco vagaroso de mis dedos cada vez que escribo poesía. Siento que me susurras versos enamorados de la lluvia, que me subsumes en el vórtice de tu numen, y al oír tu voz ausente se me eriza el vello como un manípulo de triarios o una falange de hoplitas. Las palabras fluyen solas, azogadas, libertas y guiadas por un impulso más veloz que mi lengua, e inconscientemente empiezo a pensar que esto se va a convertir en una costumbre, en una agonía, y que te canalizarás a través de mi escritura y mi palabra será tu voz y tu catarsis.
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